El ser humano por naturaleza tiende al placer. Este comienza con la experimentación de sensaciones para posteriormente convertirse en percepciones, luego en pensamientos, de estos surgen las emociones y estas desembocan en las conductas observables o evidentes. El inicio del amor está en la contemplación de la belleza física, la formación del amor inicia con la atracción física.
La belleza física es subjetiva, depende de la psicología del individuo. Una persona puede ser percibida como un ser muy atractivo para un sujeto, pero para otra puede no serlo. La belleza física es lo que facilita por un lado la construcción del amor, pero por otro lado, lo hace sostenible en el tiempo o lo desvanece hasta acabarlo.
La mayoría de las personas quiere ser amada y todo el esfuerzo está orientado a atraer a alguien que la ame dispuesto a satisfacer su necesidad de afecto, sin tener en cuenta la propia capacidad de dar amor. Nadie cree que sea necesario aprender algo sobre el amor porque lo consideran un arrebato propio de la naturaleza, confundiendo de esta manera una ocasional experiencia emocional con el amor verdadero. De igual manera nadie quiere renunciar al amor romántico y desean que luego se consolide y se transforme en algo siempre romántico pero también serio, comprometido y que logre trascender en el tiempo.
Estamos inmersos en una sociedad de consumo donde todo se compra y se vende para ser usado. La línea divisoria entre objeto y persona ya no es tan nítida como solía serlo cuando no todo se podía comprar. La elección de pareja ya no se basa en sentimientos sino en requisitos que hay que cumplir dentro del espectro de la demanda general, determinado por la cultura y las modas. Así cada uno ofrece su inventario tratando de que en el intercambio no exista un desequilibrio de valores que pueda interferir en la relación.
Es un modo de establecer vínculos casi tan parecidos como los matrimonios arreglados de antaño, que nos parecían tan ridículos y fríos. Sin embargo, a pesar de tomar previsiones de toda índole y tratar de encontrar alguien con intereses compatibles, muchas parejas fracasan. Estos fracasos nos demuestran que mantener un amor verdadero no es innato ni prefabricado sino que exige un aprendizaje. Se puede aprender a amar para siempre a alguien si tenemos mayor conciencia de nosotros mismos.
El sentimiento de aislamiento es propio de la naturaleza humana y es el origen de la angustia. La vida del hombre de hoy se centra en cómo superar su soledad. Resulta difícil lograr superar el estado de separación y lograr recuperar el anhelo de pertenencia y unión, en una sociedad donde el individuo no se puede diferenciar del otro. La masificación atenta contra la identidad y nos convierte en objetos que son más valorados y aceptados en la medida que hacen, dicen, usan, y piensan lo mismo.
Lo único que puede salvar al hombre del mundo robotizado que ha creado es el verdadero amor, interpretado como una unión cuya condición esencial es el respeto por la propia individualidad. La unión amorosa que respeta la individualidad es la única que puede evitar la angustia que provoca el aislamiento y que al mismo tiempo le permite a una persona ser ella misma.
El amor no puede ser nunca un arrebato pasional, sino un acto de entrega donde dar es más importante que recibir. No significa una forma de dar sacrificándose o sufriendo sino dar lo mejor de sí mismo convirtiendo al otro también en un dador y creando felicidad para los dos. El amor es un poder que produce amor, siempre que ninguno de los dos sea tratado como un objeto de uso.
Si una persona no ha superado la dependencia, la omnipotencia narcisista y su deseo de manipular para conseguir sus propios fines egoístas, tiene miedo de darse y por lo tanto también miedo de amar. Porque amar exige cuidado, atenciones, responsabilidades, respeto y sabiduría; y la esencia del amor es hacer el esfuerzo necesario para hacerlo crecer.
La responsabilidad implica estar dispuesto a responder y no significa un deber o algo impuesto desde el exterior. Respetar a una persona significa la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de su individualidad única y preocuparse por que la otra persona crezca y se desarrolle tal como es, no como el otro necesita que sea, como un objeto para su uso.
La sabiduría es imprescindible para entender al otro en sus propios términos y para llegar a conocerlo a través de la unión amorosa, sin necesidad del pensamiento. Es como la experiencia de Dios, que no se trata de un conocimiento intelectual sino de un sentimiento de intimidad y unión con él, y el amor al otro es primer paso hacia la trascendencia.
Lejos de lo que se supone, el amor no es el resultado de la satisfacción sexual adecuada, por el contrario, la felicidad sexual y los completos conocimientos de las técnicas sexuales, son el resultado del amor. Si no hay entrega tampoco hay orgasmo. Las disfunciones sexuales en las parejas se deben más a las inhibiciones que impiden amar que en el desconocimiento de las técnicas necesarias.
El temor o el odio al otro sexo son la base de las dificultades que no permiten a una persona entregarse por completo y la espontaneidad y la confianza diluyen los problemas. El amor verdadero no implica ausencia de conflicto. Los conflictos reales de la realidad interna de cada uno contribuyen para aclarar y liberar energías y para fortalecer a la pareja.
El amor sólo es posible cuando la comunicación entre dos personas no se realiza desde la superficialidad del ego y la belleza física sino desde la parte esencial de ellos mismos. No es algo estático ni tranquilo, es un desafío constante de dos libertades que quieren por sobre todas las cosas crecer y estar juntos.