“¿Sabés lo que pagaría por tomarme un café de media hora, nada más, con mi viejo y decirle que tenía razón? Cuánto daría por contarle que tengo, con mis hijos, sus mismos miedos, sus mismos enojos… Cuánto daría por disculparme por tantas críticas… Se me estruja el alma”. Tipo grande mi paciente, pero llora como un niño acordándose de su padre, y reprochándose por lo que no pudo ver y hablar en su momento… Atravesando la tristeza de no tener, hoy, la posibilidad de decir más que frente a una lápida.
Suelo escribir sobre las dificultades de los padres en la tarea de acompañar a los hijos en el camino del crecer. Hablo a menudo de esta generación de padres tibios, amorosamente temerosos de poner límites esenciales, pero hoy quiero pensar sobre aquellas cuestiones que los hijos no valoramos a tiempo… Hablar acerca de las cosas del querer. Sobre la mirada de los hijos, la critica a veces impiadosa sobre los padres, el exceso de crueldad en el juzgar la tarea de los mayores.
A veces los padres somos intensamente insoportables, pero muchas veces tenemos razón
En las antiguas tribus el anciano era valorado, venerado y respetado. La experiencia era un bien preciado. Hoy, los teenagers quieren ser gerentes, y a los 40 ya se es viejo. Los años pasan en minutos en el mundo líquido, y el saber es “wilkipedico” y no patrimonio de los que más han vivido. No me gusta este formato y, sobretodo, no es saludable para padres ni para hijos.
Nuestra palabra tiene un peso enorme en los primeros años de vida y, a medida que nuestros hijos crecen, van adquiriendo horas de vuelo, teniendo criterios propios, y despegando de nuestro mirar. Para crecer, nuestros hijos tienen que enojarse con nosotros; y pensar que hacemos los peores chistes del mundo… Y que “ahora” desafinamos cuando cantamos esas canciones que bailaban y cantaban en las salas de jardín. Tienen que hacerlo y no es contra nosotros.
Pero, cuando crecemos, podemos poner en perspectiva y resignificar nuestros enojos de los primeros años. Si hacemos este ejercicio, encontraremos que demasiados sentimientos se quedan sin fundamentos, asociados a enojos intempestivos propios del “a todo o nada” del crecer. Y, desde allí, podemos revisar y comprender. Y combatir la pereza de hacerse cargo de las propias cosas.
“Culpa de mis padres, culpa de mis abuelos, por ellos yo no hice, por ellos yo no fui…” Uf… Que cansa tanta queja, que aburre, que no suma.
Hay un punto en el crecimiento en el que debemos dejar de poner la mochila de la responsabilidad del lado de afuera y ser protagonistas. Crecer implica hacerse responsable
Los tiempos cambiaron, la esencia sigue siendo la misma. Los adultos no sabremos de tecnología como nuestros hijos, pero seguimos teniendo el saber que los niños necesitan que usemos: el del sentido común, el amparo y el dejar herramientas para que nuestros niños suban al mundo lo mas armados posibles. De ésto seguimos sabiendo los padres, ayer, hoy y siempre. Y falta en estos tiempos de soberbias virtuales el reconocimiento a este saber primordial.
Escucho muchas veces reproches que, injustamente, los hijos cargan sobre los padres. Pueden ellos revisar sus enconos y hacer un homenaje no post mortem (esos no sirven ni gratifican a quien queremos homenajear) sino en vida.
No esperemos a entender en los divanes de los analistas que nuestros padres tenían más razones que las que a veces pensábamos. Hagamos ejercicio reflexivo, miremos para adentro y soportemos aquello que encontramos
Suelo finalizar mis charlas un video que trataré de relatar con la complejidad de pasar imagen a palabras: En el jardín de una casa, padre e hijo sentados en un banco. El primero un hombre de edad, le presumo unos 70, el hijo de unos 35 quizás. El padre absorto, el hijo leyendo. Solo el murmullo del viento y las hojas. Un ruido imperceptible llama la atención del padre.
– “¿Qué es eso?”, pregunta.
– “Un gorrión”, contesta el hijo
Segundos más tarde, la pregunta se reitera.
-“Ya te dije papá, un gorrión” (con cierto fastidio)
En el lapso de un minuto el padre inmutable repite cuatro, cinco, seis veces el mismo interrogante, como un canto, como un juego, pero no juega, pregunta el padre porque quiere saber, simplemente, “¿Qué es eso?”
El hijo va transformando su semblante hasta llegar a romper en un grito, “¡¡¡Es un gorrión papa, ¿por qué me haces esto?!!!
El padre, sin pronunciar palabra, se levanta, se dirige hacia la casa que los escolta, y vuelve con una libreta que pone en manos de su hijo, y dice, ordena, con calma autoridad.
-“En voz alta”. Y el hijo lee:
-”Hoy, mi hijo menor, que hace unos días cumplió tres años, estaba sentado conmigo en el parque cuando un gorrión se posó en frente nuestro. Me pregunto 21 veces qué era eso.
Y yo respondí las 21 veces qué eso era…un gorrión. Lo abracé cada vez que me hizo la misma pregunta, una y otra vez. Sin enojarme, y sintiendo un infinito amor por mi pequeño hijo inocente”. Hay un instante de silencio conmovedor, y un abrazo reparador de este hijo a este padre.
Digamos lo que tenemos por decir, no guardemos silencios, dejemos miedos, tabúes y fronteras, que un te quiero es imprescindible, siempre, desde el cuero, desde el alma. Que las palabras frente a las lápidas no son más que silabas al viento, oídos que quizás no puedan oír, lagrimas que quizás podamos evitar.
De padres e hijos, de eso se trata, con aciertos, con errores, pero siempre, o casi siempre, desde el alma y el amor. No ahorremos decires, abrazos y momentos compartidos de esos que guardamos en cajita para siempre
Y, lo que tengamos por decir, que sea cara a cara, los monitores son para otras cosas, lo esencial se pronuncia ojo con ojo, corazón a corazón.
Desde el punto de Vista espiritual : Se puede Juzgar a los padres ? Que dice la Biblia al respecto ?
¿Por qué debemos perdonar a nuestros padres? Nuestros padres son tan humanos como nosotros, tienen defectos y virtudes. Aunque hay muchos que son muy amorosos con su descendencia, no todos los hijos tienen la suerte de tener padres que les demuestren cuanto los aman. Incluso hay quienes abusan, verbal, emocional o físicamente de su prole. ¿Han de amar los hijos a sus padres a pesar de haber sido abusados por ellos? Realmente nadie que abuse de alguien merece ser amado, podríamos decir ¿verdad?
Estamos formados por células que, querámoslo o no, provienen de nuestros ancestros. Si guardamos resentimientos en contra de nuestros progenitores, estaríamos resentidos también contra cada célula de sus cuerpos y por ende las propias. Aunque la persona no se dé cuenta, se está auto rechazando, por eso es improbable que le vaya bien en la vida. Ese es uno de los motivos del por qué debemos perdonar a nuestros padres.
El sentimiento de odio busca justicia y de alguna forma la venganza es inevitable. Muchas veces nos vengamos inconscientemente a través de palabras o acciones. El resultado siempre es el dolor, la culpa, el castigo. Quizá es por eso que en las sagradas escrituras uno de los mandamientos de Dios sea:
“Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová tu Dios te ha mandado, para que sean prolongados tus días, y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová tu Dios te da.” Exodo 20:16
La batalla se gana sólo cuando perdonamos. Perdonar no significa darle la razón al que te hirió, ni tampoco aguantar abusos. Perdonar significa dejar marchar aquello que nos causó dolor. Aunque nos sea difícil, es necesario hacerlo y mientras más dolorosa haya sido la experiencia, mas ayuda necesitamos buscar.
El primer paso es darnos cuenta de lo que hay en nuestro interior. Hay quienes dicen: “mis padres fueron abusadores conmigo pero yo no los odio”. Puede que esto sea cierto, pero puede que no se den cuenta de que están resentidos, dolidos, enojados, se han sentido impotentes, etc.
Las emociones negativas están guardadas en nuestra mente y en cada célula del cuerpo. Desde que nacemos hemos escuchado que debemos amar a nuestros padres, que el que no quiere a su madre no quiere a nadie, que Dios dice “Honra a tu padre y a tu madre”, etc. Lógicamente muchos no quieren aceptar que guardan un profundo rencor en contra de su padre, por ejemplo y mucho menos que lo detestan. Podemos negar muchos de nuestros sentimientos pero en realidad la mente los esconde. Sin embargo, hay quienes necesitan confesar que odian, porque ha sido muy profundo el daño que han recibido.
Todo nuestro ser anhela que se nos trate con amor, misericordia, respeto y dignidad, porque así fue como el Creador nos diseñó: “para que nos amaramos los unos a los otros.”
Si por el contrario lo que encontramos es indiferencia ante el mal trato, silencio o más abuso, es imposible perdonar aunque lo neguemos. Como único esto se logra es cuando pedimos ayuda en nuestro corazón, cuando levantamos una plegaria a nuestro Creador, a la Fuente de nuestra vida. Quizás se pregunte ¿y como si Dios existe, permitió que mis padres abusaran conmigo?.
Hay casos en que es muy difícil perdonar especialmente cuando las agresiones recibidas por nuestros padres que nos causan mucho dolor y sufrimiento continúan golpeándonos. Tenga en cuenta de que el hecho que usted perdone no significa que se vaya a reconciliar con su padre.