En el ambiente familiar un tema importante es la rivalidad que existe entre los hermanos, que llega a ser tan natural como la vida misma. En nuestro desarrollo llegamos a tener amigos que vienen y van, a veces, tenemos matrimonios que se acaban, pero con los hermanos vivimos juntos y es una relación que perdura durante toda la vida.
La Doctora Erneman habla sobre el tema de la rivalidad entre los hermanos. Desde el principio de los tiempos bíblicos se habla que Adán y Eva tuvieron dos hijos: Caín y Abel y que Caín terminó matando a su hermano por el amor de su padre con una quijada de burro.
Los investigadores se han preguntado: ¿Es bueno o malo tener hermanos? Y casi todos coinciden que es magnífico e importante el que se tengan hermanos porque a través de esa relación se puede aprender a negociar, a ponerse limites unos con otros, empiezan de alguna manera a amarse, atenderse, tenerse solidaridad, saber defenderse de las agresiones de los demás, de alguna manera esa compañía que hace nuestro mundo ya no será de nuestro mundo interno, si no, también será de nuestros hermanos y tendremos la oportunidad de compartir experiencias de vida con ellos, buenos y malas que irán haciendo esa relación cada vez más intensa.
La relación con nuestros hermanos provoca sentimientos muy intensos tanto positivos como negativos y puede tener repercusiones importantes en nuestra forma de ser y de relacionarnos. Aunque es verdad que una relación conflictiva puede llegar a hacer mucho daño a alguno de los niños y que sin duda provoca gran malestar en los padres, la rivalidad también cumple funciones importantes: les ayuda a desarrollar habilidades de afrontamiento, a resolver conflictos en entornos seguros, aprenden a defenderse, a luchar por lo que quieren, a compartir, a comprometerse e incluso a desarrollar las ganas por superarse.
Esa rivalidad existe en todas las familias, es inevitable porque los niños sienten la necesidad del afecto de sus padres y van a pelear por el juguete, por el espacio dentro de la casa y esto influirá mucho si se es hijo único, hijo mayor, el hijo más pequeño, el consentido de alguno de los padres. Esos celos serán importantes porque van a tener que luchar por ese afecto dentro de la casa, principalmente entre los 2 y 4 años. Posteriormente como a los 8 años van a desarrollar su propia identidad y ya tendrán relaciones externas en la casa y quizá disminuyan un poco los celos, sin embargo, sabemos que la política familiar casi nunca puede ser igual para todos porque al serlo, los niños distintos, aunque tengan genéticamente cierto parentesco, son diferentes en inteligencia, puede ser unos hombres o pueden ser mujeres, pueden tener diferencia en las edades, salud de los niños, etcétera, que imponen una conducta, una exigencia, una disciplina distinta que esto va a provocar por supuesto que los padres a medida que tengan más hijos vayan cansándose más y estén exhaustos de imponer esas conductas y disciplinas dentro de la casa.
La vida con los hermanos pueden ser el cielo o el infierno; hay ocasiones que tenemos un hermano que tiene trastornos por ejemplo: atención, hiperactividad o es tan agresivo que tienen que soportar ese abuso que ese muchacho hace sobre otros hermanos a lo largo de la vida y el niño no tiene donde escapar tiene que quedarse dentro de la casa, a veces esas agresiones son solapadas inconscientemente o conscientemente por los padres. También a veces tenemos la situación contraria; tenemos un hermano que está enfermo pero positivamente, por ejemplo que tenga Síndrome de Down o parálisis cerebral y a veces, esos niños vienen como un regalo para varias familias y eso hace que tengan una experiencia que le sirva para toda la vida. Este tema de la rivalidad es bastante amplio e inagotable.
Esta rivalidad se va a continuar en el adultez porque uno continua siendo hermano de nuestros hermanos hasta que ellos mueren o nosotros también, y nos empezamos a encontrar que quizás al final de la vida, la gente se vuelve un poco más comprensible y ya no viven en el mismo espacio y los destinos de cada hermano son distintos, algunos tendrán éxitos económicos, otros éxitos emocionales, etcétera, quizá ahí siga habiendo rivalidad, si otra tuvo mejor familia que yo, tuvo mejores hijos que yo, etcétera.
A veces, en psicoterapia o en nuestro trabajo se nos olvida este tema de la rivalidad pero no así a los administradores de negocios, en las universidades ahora existe una maestría y clases especiales sobre los negocios familiares, puesto que la rivalidad, seguirá muchas veces en estos niveles resolviendo quién se va quedar con las acciones del negocio, quién será el director, qué sueldo deberán tener los hijos, deberán de participar en el negocio los yernos, etcétera.
La tarea de los padres no es tratar de pretender que no exista la rivalidad ni que los hermanos sean amigos, sino de trasmitir a cada niño que se puede sentir seguro, que es especial y además, ayudar a descubrir las recompensas de compartir y cooperar para que algún día, esos hermanos se vean como figuras de ayuda y bienestar. Será importante tratar de enseñarles valores y habilidades para manejarse ante los inevitables conflictos.
Algunas recomendaciones a tener en cuenta:
Reconocer los sentimientos negativos entre los hermanos. Cuanto más intentemos evitarlos más aparecerán. Todos necesitamos poder expresar nuestros sentimientos negativos, los niños también. Ojo, permitir sentimientos no es permitir actos, debemos enseñarles a expresar su enfado sin dañarse. Cuando un hermano viene quejándose del otro o se enfada con él, tratemos de ponerle palabras a sus sentimientos “no te gusta que…” “te molesta…” “esto te enfada…” y de expresar sus posibles deseos “te gustaría que…”. Muchas veces, únicamente con eso, el niño se siente comprendido y su angustia disminuye. Otra posibilidad es la de ayudar a demostrar el enfado de formas creativas: con un muñeco, dibujando, escribiendo…
Siempre tendremos que impedir la agresión física, separarles y pedirles que expresen su enfado y lo que desean con palabras. Es importante dejar claro, que en vuestra familia nadie pega.
Fomenta la empatía, no sólo con el hermano.
No compares. Ni para bien ni para mal. Las comparaciones intensifican más la rivalidad. Es necesario valorar a cada niño de forma individual y si hay que compararlo, hacerlo sólo consigo mismo. Describe lo que ves, lo que te gusta, lo que te disgusta, lo que tiene que hacerse… pero sin mencionar al otro hermano.
No repetirles constantemente que “como son hermanos se deben llevar bien”, “deben jugar juntos” cuando les vemos en dificultades para hacerlo. Es preferible reconocer que hoy no están para jugar bien juntos y que es mejor que se separen.
No trates a los niños por igual. Cada uno tiene un trato único. Es importante mostrarles que a cada uno los quieres de forma especial, que cada uno tiene sus cualidades y darles según sus necesidades individuales como seres únicos.
Asigna responsabilidades a cada niño adecuadas a su edad.
No les encasilles ni permitas que se encasillen “siempre le estás fastidiando” “eres un envidioso”. Las etiquetas (“el responsable”, “el inquieto”, “el inteligente”…) tanto positivas como negativas suponen una gran carga para los niños. Muchos niños que vienen a consulta (y muchos adultos también) sufren grandes problemas de ansiedad al tratar de mantener las etiquetas positivas con las que cargan y sentir que están defraudando si no las cumplen. Señala los comportamientos que te gustan y los que no, pero en la medida que puedas, no lo atribuyas al cumplimiento de un rol dentro de la familia.
Fomenta la cooperación: elogiando cuando consiguen realizar alguna tarea juntos, propiciando actividades en familia, haciéndolos partícipes de los proyectos familiares… Y a la vez respeta su individualidad, no tenemos que apuntarles a las mismas cosas ni obligarles a realizar las mismas actividades si tienen gustos diferentes. Es necesario mantener un equilibrio entre el tiempo que compartimos en familia y el espacio personal de cada niño. Cada niño necesita un tiempo a solas con su progenitor de vez en cuando, un tiempo en el que no se hable del otro hermano. Tampoco podemos obligarles a pasar mucho tiempo juntos si no tienen buena relación. Los hermanos no se eligen, y no tienen por qué ser amigos ni tener caracteres compatibles. Buscaremos actividades que compartir sin abusar de ellas. Es preferible que pasen poco tiempo juntos y separarlos antes de que comience el conflicto, poquito a poco podremos ir aumentando este tiempo si la relación va mejorando.
Cuando ellos estén presentes, evita hablar con otras personas de sus desacuerdos y haz hincapié en sus momentos buenos juntos.
Los hermanos no tienen por qué compartirlo todo. Habrá cosas que sean de ambos, y en otras cosas cada niño tendrá derecho de decidir cuales presta y cuáles no.
Ayúdales a manejar los conflictos: Lo primero de todo es importante ser conscientes de cómo nosotros manejamos nuestros propios conflictos con nuestra pareja, con nuestros hijos y con el entorno en general… delante de los niños. El ejemplo siempre será lo que tenga más fuerza.
Y para terminar, un apunte más, cuando es uno de los niños el que pega al otro, muchas veces la tendencia es a prestar atención al agresor, regañándolo. Una buena opción es dirigir esa atención a la parte agredida “vaya, ¿Te duele? Deja que lo vea. Tu hermano tiene que aprender a pedir las cosas con palabras aunque esté enfadado”. No olvidemos que nuestra atención es un poderoso reforzador para bien o para mal
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