ANSIEDAD, DEPRESIÓN, ABUSO SEXUAL DE MENORES Y SUICIDIOS ; LO QUE HA PROVOCADO EL COVID – 19
La emergencia derivada de la COVID-19 hizo estallar las investigaciones en todos los niveles y en psiquiatría esta situación no fue la excepción.[1]
La pandemia ha dado lugar a una respuesta vigorosa en todos los sectores, poniendo de relieve la necesidad de investigaciones multidisciplinarias y polifacéticas, y por primera ocasión, en casi todos los países la salud mental es objeto de estudio con relación especifíca al desarrollo de la pandemia.
Para marzo de 2020 la literatura relacionada a COVID-19 incluía estudios observacionales principalmente de Asia, pero dio muchas sugerencias en tiempo real para países que se están enfrentando a otras fases previas de la pandemia, tanto para el trabajo en hospital general como para todos los profesionales que laboran en este campo, ya sea que estén asociados con hospitales psiquiátricos o en la comunidad.
Esta pandemia ha dado oportunidad a psiquiatras, psicólogos y profesionales de carreras afines y aliadas de la salud mental, a explorar campos a los que en otro momento no habrían tenido acceso, bajo exigencias que no pueden ser resueltas por los mecanismos comunes de las ciencias de la salud mental y gracias a la magnitud de la demanda es necesario acelerar la evolución de mecanismos de distribución de esta especialidad, en mucho aun desconocidos.
Otras situaciones emergentes nos han enseñado las fases adaptativas de la salud mental durante la pandemia y sabemos que será muy diferente la manera en que afecte a países con más infraestructura de salud mental y a los que tienen menos, así como a aquellos con más población vulnerable, como niños, adolescentes, habitantes de áreas rurales, personas con discapacidades psicosociales y nivel socioeconómico bajo.
Las enfermedades crónico-degenerativas y las comorbilidades con la COVID-19
Aun cuando vivimos una pandemia, muchas epidemias están ocurriendo conjuntamente a nivel mundial.[2] El incremento en la esperanza de vida ha influido en la aparición de múltiples enfermedades y afecciones de riesgo, como es el caso de las enfermedades crónico-degenerativas, como la hipertensión y la diabetes o trastornos que generan riesgo, como la obesidad.
La prevalencia de comorbilidades en los pacientes con COVID-19 ha sido la principal causa de complicaciones en el pronóstico, así como de la muerte de los pacientes. La presencia de enfermedades subyacentes, incluidas las mencionadas, y la enfermedad del sistema respiratorio o cardiovascular, pueden ser factores de riesgo para condicionar gravedad en los pacientes infectados por SARS-CoV-2.
En las últimas dos décadas una variedad de estas se hizo más prevalente que las ya conocidas, y la coexistencia de enfermedades mentales y físicas comórbidas ha sido cada vez más evidente. Particularmente, en el grupo de adultos mayores la presencia simultánea de dos o más enfermedades se ha convertido en la regla, más que en la excepción.
En adultos de edad avanzada la mayor parte de las enfermedades coexistentes tiene origen en una condición común: el estrés. La mayoría de estas puede prevenirse, y es importante identificar la presencia de alteraciones en la salud mental que pudieran comprometer el pronóstico de otras condiciones mórbidas.
La comorbilidad en edades más tempranas también ha reportado un incremento. Una de sus causas, además del aumento de la esperanza de vida y la urbanización, es la propagación epidémica de los estilos de vida poco saludables, que aumenta la probabilidad de aparición de varias enfermedades que tienden a aparecer juntas, como las enfermedades cardiovasculares y la diabetes, y además bajo una condición global en la que el deterioro del medio ambiente genera exposición a contaminantes y alergenos.
Las enfermedades mentales, la salud mental y la pandemia de la COVID-19
La pandemia se ha convertido en causal determinante al dejar en entredicho los modelos, las infraestructuras, la medicina y la salud pública.[3]
En cada uno de nosotros la pandemia, la enfermedad, la cuarentena, y la reacción de nuestra mente, han sido muy diferentes, y muchos factores han emergido.
La desigualdad en salud y los múltiples factores asociados a la misma nos hacen intentar comprender cómo en casi ningún rubro asociado a la salud somos equiparables, y muchas dinámicas de la salud mental están vinculadas a factores sociales más que individuales.
El aislamiento se vive solo, pero la pandemia se resuelve en comunidad. El enfoque de la salud pública y de la medicina actual ha apostado a resolver individualmente la enfermedad, facilitando las recaídas ante los factores sociales presentes en la comunidad, que evitan prevenir complicaciones, o la correcta apreciación de la enfermedad.
Hoy vemos la evidente desigualdad en la capacidad para entender globalmente la enfermedad, velando por la individualidad sobre la colectividad. La pandemia por COVID-19 ha dejado a la humanidad encerrada en uno de los lugares donde la desigualdad es más grande: en casa.
La psiquiatría de las emergencias, y en gran parte la psiquiatría en general, ha cometido varios errores; el principal es el abordaje a partir de la priorización de los trastornos. No obstante que sabemos que la depresión es una enfermedad subdiagnosticada, representa 5% de la población de la comunidad; muchos médicos, y más aún, la población en general, no relacionan la depresión con la salud y enfermedades como las crónico-degenerativas y la COVID-19.
La depresión es una enfermedad crónica. Trastornos de riesgo a la salud mental, como el estrés crónico y el consumo de sustancias, son factores de riesgo en esta contingencia, en relación con la infección por COVID-19, y por sí mismas.
Sin embargo, la mayoría de situaciones de emergencia no genera trastornos psiquiátricos categóricos en toda la población afectada a corto plazo, aun cuando sabemos que toda la población, a nivel mundial, se ve afectada en la salud mental de manera directa o indirecta. Esta premisa ha convertido a la salud mental en una condición fluctuante y dependiente de múltiples condiciones biológicas, psicológicas y sociales.
De igual manera, el abordaje de la salud mental debe ser transversal, con intervenciones limitadas en el tiempo, ajustadas culturalmente, y con resultados que se puedan medir; y longitudinal, con seguimientos y evaluaciones continuas que permitan el desarrollo de herramientas y estrategias efectivas susceptibles de ser evaluadas.[3]
Bajo esta perspectiva, las situaciones emergentes nos plantean una forma distinta de observar a la salud mental.
La salud mental es un equilibrio frágil. Los sistemas de salud mental deben alejarse de la perspectiva enfocada a los trastornos mentales, y volver a la salud mental basada en el equilibrio individual a través de múltiples disciplinas en diferentes niveles, no solo de alta especialidad.
Cambiar la visión de la psiquiatría enfocada a la enfermedad y el trastorno por una integración multidisciplinaria enfocada en el equilibrio que lleva a la salud mental es una de las más importantes condicionantes que exige esta pandemia. Muy pocos saldrán con algún diagnóstico psiquiátrico, pero sin duda la salud mental de todos permanecerá frágil durante mucho tiempo, y en momentos el equilibrio se perderá.
Durante la pandemia, los problemas de salud mental que se han vuelto evidentes son el temor y la ansiedad. Nadie está seguro de nada; hay temor por tocar cualquier superficie potencialmente infectada; por conocer a alguien de otro país, o a alguien que haya tenido contacto real o potencial con algún paciente con COVID-19 (como el personal médico o de áreas de la salud), y desarrollar signos o síntomas de infecciones del tracto respiratorio superior. Cuando alguien estornuda o tose, o no mantiene la distancia, se activan los temores.