La elección de nuestra pareja no es fruto de la casualidad. Es obvio que cuando establecemos una primera interacción con la otra persona es porque, sin ser conscientes, identificamos en ella algo que nos resulta familiar, nos es conocido, tal vez porque ya lo vivimos en nuestra experiencia relacional en el seno familiar, o bien porque la otra persona es capaz de satisfacer unas necesidades que no fueron cubiertas en nuestra familia de origen, aunque a veces, con el transcurso del tiempo, se den de bruces con la realidad nuestras expectativas de que la persona elegida nos ofrezca lo que en su día no tuvimos.
Al mismo tiempo, puede que también la otra parte de la pareja, inconscientemente, tenga las mismas expectativas de que el otro le cubra unas carencias que, en realidad, nada ni nadie podrán satisfacer porque en realidad forman parte de nosotros, son nuestras propias experiencias vividas y sólo podrán ser resueltas a nivel personal. Podremos apoyarnos el otro, pero esto no significa que él –o ella– vaya a resolver nuestros problemas personales.
En toda relación de pareja los problemas que surjan de la misma no deberán ser atribuidas a una u otra parte, pues son responsabilidad de ambos. Así, cuando en la relación se detecta que algo no funciona, serán las dos partes quienes deban implicarse en darse cuenta de cómo se está produciendo el problema y, preferiblemente, ser ayudados por un profesional para resolver la situación.
Centrándonos en el síndrome objeto de este artículo (Síndrome de Peter Pan), la relación se establece en base a unas necesidades no satisfechas, muy probablemente por ambas partes en sus relaciones tempranas, pues la mujer, en este caso podría sentirse impulsada por una necesidad de proteger y comportarse como una madre al tiempo que el hombre Peter Pan necesita ser protegido y tratado como un niño. En este caso (que más adelante trataremos al hablar del Síndrome de Wendy) ambas necesidades parecerán estar cubiertas y satisfechas pero no dejan de ser disfuncionales porque los roles de la relación no deberían ser materno-filiales, sino de pareja. O puede darse también el caso de que no haya tal disfunción si previamente existiera un pacto tácito por ambas partes a través del cual ambos se sientan cómodos.
En cualquier caso, y como se dijo al inicio del apartado-2, remarquemos que en el Síndrome de Peter Pan son habituales los problemas de pareja. De hecho, éstos son el motivo principal por el que un hombre Peter Pan acude por primera vez a un profesional cuando la mujer con quien conviven les convence para que inicien una terapia de pareja , y él acceden porque, por su inseguridad y su baja autoestima siente pánico ante la idea de que ella le abandone.
La intervención de la mujer en estos casos, siempre con la ayuda de un profesional cualificado, pueden resumirse en los siguientes puntos:
- Ayudarlo a que se dé cuenta de que algo no funciona como debería y a detectar las consecuencias de su forma de ser.
- Ser firme y clara a la hora de poner límites. Él intentará rebasarlos pero nunca hay que ceder ante su conducta inadecuada.
- No permitir que la culpe de unos errores que sólo son consecuencia de una conducta que él se negará a asumir.
- No seguirle el juego de su comportamiento infantil cuando persevere en actuaciones no apropiadas para su edad, y explicarle los motivos.
- Debe ser él quien busque las soluciones adecuadas ya que, cada vez que se le ayude a encontrarlas se le estará reforzando para que no contraiga responsabilidades.
- Precisamente porque son reacios a que se les haga ver sus defectos, hay que mostrarle sus errores.
Tratamiento psicológico
No hay un tratamiento específico para este trastorno, por ello, el mejor modo de abordarlo consiste en realizar una intervención psicológica que permita al paciente darse cuenta de su comportamiento, enfrentarse a su realidad y aceptar las consecuencias de sus actuaciones y omisiones.
Según Kiley, el éxito terapéutico es siempre difícil y la detección precoz del síndrome mejora considerablemente el pronóstico al evitar que éste progrese (cuanto más tardío es el diagnóstico, más difícil es de tratar).
El hombre Peter Pan se lamentará y protestará sistemáticamente porque no querrá asumir responsabilidades, por ello la terapia deberá motivarles a que se impliquen cada vez más en las decisiones que les exige el mundo real. Tanto el adolescente como el joven o el adulto que padece este trastorno, es reacio a entender su infantilismo y reticente a modificarlo. Se sienten tan cómodos en la gratificante irresponsabilidad inherente a la niñez que los fracasos en su adaptación a los comportamientos adultos son continuos.